viernes, 15 de julio de 2011

ESCLAVOS DE LA VELOCIDAD

Trenes a 300 Kilómetros hora. Relojes que miden centésimas de segundo. Corazones que laten a velocidades necesariamente anaeróbicas. Dias de veinticinco horas. Carreras. Canciones. Consultas. Llamadas. Un mundo basado en la velocidad.

Siempre dijimos que las prisas no eran buenas consejeras. Y es que vivir tan acelerados nos obliga a perder calidad. A no disfrutar de las cosas más delicadas. Pasamos tan rápido al lado de las mejores personas, los más exquisitos platos, las más bellas imágenes y las apasionadas historias que ni notamos su existencia. Y si lo hacemos, no las valoramos en su justa medida, porque el que no conoce, no aprecia. A veces creo que soy uno de los tíos más veloces, y no corriendo, ni en coche. Parece que falta tiempo y sobran ideas y proyectos, que todo merece la pena y que hay que apurar al máximo. Pero como por ahí dicen, cuando mucho se abarca, poco se aprieta. Supongamos, para ser más felices, que se puede abarcar mucho y apretar lo justo y necesario.

Y para ver como a veces las cosas lentas no tienen por que ser mejores que las rápidas os dejo esta obertura de la obra fetiche de este escribano (o escribiente, según se mire). Es una obertura al futuro próximo alejado del hogar y la amada España, un tiempo british. Un momento de tweed y cardigans. Pero eso para otro día...


Yo me quedo con Barenboim.

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