Escribo con un tazón de café en la mano. Suena el lavavajillas. Cerca de mis pies merodea Harvey, creo que vamos a ser buenos amigos...
Cuando algo distinto se cruza en tu camino hace que la mente enchufe una nueva neurona. Estos días de lluvia, verbos y chinos han encendido unas cuantas conexiones. Conexiones esperemos que linealmente independientes y no demasiado cruzadas, ni retorcidas. Y pienso, tú en Rusia y yo en Londres. Es como una película de Woody Allen, ya sabes a lo que me refiero. Esas de Midnight in Paris, con cosas absurdas y muchos artistas por nuestras cabezas. Pero aquí no hay vino ni rosas, más bien late & royal's.
De cualquier manera, siempre podremos crear nuestro propio drama, o comedia. El destino, quién sabe. El final, sin final. El comienzo, ahora. El título...
sábado, 30 de julio de 2011
viernes, 15 de julio de 2011
ESCLAVOS DE LA VELOCIDAD
Trenes a 300 Kilómetros hora. Relojes que miden centésimas de segundo. Corazones que laten a velocidades necesariamente anaeróbicas. Dias de veinticinco horas. Carreras. Canciones. Consultas. Llamadas. Un mundo basado en la velocidad.
Siempre dijimos que las prisas no eran buenas consejeras. Y es que vivir tan acelerados nos obliga a perder calidad. A no disfrutar de las cosas más delicadas. Pasamos tan rápido al lado de las mejores personas, los más exquisitos platos, las más bellas imágenes y las apasionadas historias que ni notamos su existencia. Y si lo hacemos, no las valoramos en su justa medida, porque el que no conoce, no aprecia. A veces creo que soy uno de los tíos más veloces, y no corriendo, ni en coche. Parece que falta tiempo y sobran ideas y proyectos, que todo merece la pena y que hay que apurar al máximo. Pero como por ahí dicen, cuando mucho se abarca, poco se aprieta. Supongamos, para ser más felices, que se puede abarcar mucho y apretar lo justo y necesario.
Y para ver como a veces las cosas lentas no tienen por que ser mejores que las rápidas os dejo esta obertura de la obra fetiche de este escribano (o escribiente, según se mire). Es una obertura al futuro próximo alejado del hogar y la amada España, un tiempo british. Un momento de tweed y cardigans. Pero eso para otro día...
Yo me quedo con Barenboim.
Siempre dijimos que las prisas no eran buenas consejeras. Y es que vivir tan acelerados nos obliga a perder calidad. A no disfrutar de las cosas más delicadas. Pasamos tan rápido al lado de las mejores personas, los más exquisitos platos, las más bellas imágenes y las apasionadas historias que ni notamos su existencia. Y si lo hacemos, no las valoramos en su justa medida, porque el que no conoce, no aprecia. A veces creo que soy uno de los tíos más veloces, y no corriendo, ni en coche. Parece que falta tiempo y sobran ideas y proyectos, que todo merece la pena y que hay que apurar al máximo. Pero como por ahí dicen, cuando mucho se abarca, poco se aprieta. Supongamos, para ser más felices, que se puede abarcar mucho y apretar lo justo y necesario.
Y para ver como a veces las cosas lentas no tienen por que ser mejores que las rápidas os dejo esta obertura de la obra fetiche de este escribano (o escribiente, según se mire). Es una obertura al futuro próximo alejado del hogar y la amada España, un tiempo british. Un momento de tweed y cardigans. Pero eso para otro día...
Yo me quedo con Barenboim.
jueves, 7 de julio de 2011
LA MENTIRA Y LA INCONSCIENCIA
Hace unos días veía un programa en televisión sobre la predisposición psicológica a la mentira y al engaño. Tal conducta tiene consecuencias neurológicas que condicionan la estructura física del cerebro. Estos temas, que se me escapan, me resultan altamente interesantes. Comentaban que el hombre ha hecho de éste un modo de interacción social, y lo que me resultó más llamativo y sugerente, de consciencia de uno mismo.
Resulta que la imagen que uno tiene de sí mismo y la forma en que percibe su realidad y sus propias emociones es una mentira. Bueno, una percepción transformada y distorsionada de su realidad. Y no hablamos de la subjetividad de un punto de vista, sino de una incapacidad del ser de tomar una postura sincera con uno mismo. Y eso tiene consecuencias que a mi parecer son absolutamente sorprendentes. ¿Somos incapaces de asumir la verdad o es que nos resulta más fácil vivir en la mentira?
Se me ocurren ejemplos propios, de personas cercanas y de personajes conocidos. Pero puede que el mejor sea el de un presidente incapaz de ver la realidad, o al menos eso quiero pensar. Seguí el Debate sobre el Estado de la Nación y llegué a la conclusión de que es un hombre con una imagen de sí mismo y del mundo que lo rodea bastante alejada de lo que todos los demás perciben. Quizás sea su inconsciente el que perturbe y transforme, el que convierta los panes en peces y el agua en vino. Pero aun pudiendo permutar una mentira por una inconsciencia, no creo que ello exima al pecador de sus yerros. Ni para el presidente, ni para el amigo, ni para mis propias mentiras...
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