Me permitiréis, estimados lectores, que dedique ésta, mi segunda entrada a ella. Se lo debo.
Mujer fuerte, dulce y paciente. Siempre esperando a que yo la mire. Le encanta alejarse con la seguridad de que yo, antes de marchar en dirección contraria, giraré la cabeza y la observaré desde la distancia. Es importante querer y sentirse querido. Un placer real es tener confianza en los que te rodean. Saber que puedes equivocarte una y otra vez, y ellos, con tan solo una disculpa, te liberarán de todos los pecados.
Una vez comentado esto, hoy nos vamos a Hungría. Otro país que revuelve las turbias aguas de esta Europa nuestra. Bueno, de Europa y del mundo entero. Cierto es que la repercusión y la trascendencia económica de los hechos es abrumadora, pero no me veo en situación de hablar de eso, al menos hoy. Me gustaría reflexionar sobre el trasfondo ético del asunto. Detrás hay una mala gestión y un gran engaño. Engaño a los demás países que confiaban en ellos, a las personas jurídicas y reales, de carne y hueso, que compraban su deuda, y sobre todo a sus ciudadanos. Vergonzoso es que la incompetencia se apodere así del poder. Sagaces de dinero y coches caros. Ya no son los primeros, los helenos iban por delante. Esperemos que esta calaña no haya llegado a nuestra tierra. Recemos para que los nuestros se conformen con la corrupción y la ineptitud. Por lo menos que nos informen del agujero que nos dejan.
Y con estos pensamientos y algunos problemas de cálculo matricial de estructuras os dejo. Y que nadie se preocupe, llegarán tiempos mejores, con grandes helados, bañadores azules y cuerpos desnudos al sol. En este antro de una céntrica calle madrileña me despido hasta la próxima.
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