Parece que la felicidad es un bien demasiado preciado para ser nombrado. Bueno, no creo que la felicidad sea un bien, quizás una virtud, porque no todo el mundo parece estar programado para ella. A decir verdad tampoco virtud, a lo mejor sentimiento. Puede que estado. O anhelo. U objetivo. Fin.
Lo de que la felicidad es un fin es algo defendido por una buena ristra de filósofos a lo largo de la Historia (sí, con mayúscula). No seré yo quien desempolve El Mundo de Sofía, sería una apuesta demasiado incierta por mi parte. Pero el asunto es que la felicidad como fin parece ser de lo más recurrente. Hoy recibía el Cervantes Ana María Matute y en su discurso aludía a la felicidad. Traigo aquí las reflexiones de un conocido acerca de esta ansiada señora. Él también situaba ésta como objetivo vital y apelaba a tres Marías para el acercamiento: el Bien, la Verdad y la Belleza. Matizando, se explica que la trilogía constituye un círculo de necesidades mutuas. No se entiende cada una sin la existencia de las otras. Y no se entienden sin una realidad que las ampare y contextualice. Pero el devenir de los siglos parece obsesionado en recordarnos que las tres Marías (permitidme la licencia) son cambiantes y para nada absolutas. Por ello, y ya en mis propias conclusiones, parece que un objetivo basado en términos relativistas y no estáticos, esté condenado a la caducidad. Quizás en ello se cobije el magnetismo de este objetivo, en su apariencia cambiante. Cambiante en el tiempo, el espacio y el individuo.
Hace meses me refería a las ilusiones como antídoto contra la desidia. Las ilusiones podrían ser el catalizador de la Felicidad (y ahora ya le pongo mayúscula). Supongo que el poliédro tiene demasiadas aristas, solo contemplamos una cada vez. Y así, con Principio de Incertidumbre y sin más ganas de aburrir me despido. Un saludo.
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