El fin de semana ha sido francamente familiar. Estuve en casa y en el pueblo. Tocó paseo por las casas de muchos parientes y cenas acogedoras. De cualquier forma, pasó como un suspiro y ya vuelvo a estar sentado en esta mesa de cristal, tan madrileña ella.
Sábado por la tarde, ya es de noche. Buscamos un regalo para un familiar. Acompaño a la chica. Sin dudarlo demasiado nos acercamos a una de esas tiendas del centro. Establecimiento apestado de ositos de todos los tamaños, materiales y colores. Sí, es una joyería de moda. El ambiente es pijo de bote, detesto esa mediocridad, es un "ni pa ti, ni pa mí". Esperamos una cola no muy larga rodeados de mármol, niñas preparando la Comunión y parejitas comprando chupetes demasiado caros. Ya casi es nuestro turno, pero falta la señora de delante. Cincuentona que no es consciente de su edad, o no quiere serlo. De la melena le cuelgan unas extensiones mal puestas que dejan ver las uniones de su cabello ralo con el pelo de chino teñido. Cargada con un par de bolsones de la tienda se dispone a pagar. Su lenguaje corporal lo dice todo, pero cuando pensabas que no podría ser más tonta suelta en una voz alta, para que la oiga toda la tienda: "Ois... ¡¡aquí con seis mil Euros puedes comprar media tienda!!". Las dependientas se miran con un pensamiento encontrado y ríen la gracia. La señora, por no decir otra cosa, mueve la melena (mata de extensiones mal puestas) con aires prepotentes y dirige una mirada alienante a todos los allí presentes. Si hubiese dicho lo que se me pasó por la cabeza podríamos haber tenido un contencioso. Todos callamos y pensamos lo mismo, estoy seguro. La señora se fue y el aire se relajó, esa gente crispa el ambiente y no aporta casi nada.
Gracias a Dios hoy descubro que hay muchas formas de llegar al Ritz por la puerta grande. Unas lo hacen como autenticas déspotas prepotentes y maleducadas y otros con esfuerzo, tesón y genialidad. Lo de siempre, cada uno que elija lo que pueda, o lo que sepa...
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